Los conservo y los hago crecer, y ocasionalmente, sólo cuando el destino y yo apostamos al mismo número, consigo cumplir alguno.
Me gusta tenerlos cerca, observarlos, regocijarme con ellos. Chocan unos con otros y a veces incluso parecen reir. Unos se contradicen y otros suspiran, o se quedan agazapados en un rincón, temiendo no estar a la altura de las circunstancias.
Pero si hay algo que me gusta es que por mucho que dude, siempre siguen ardiendo, vivos, llenos...
Ni siquiera la desesperanza ha conseguido destruirlos.
Y es que la última ilusión es pensar que se han perdido todas las ilusiones...