viernes, 11 de julio de 2008

Lo peor que te puede pasar

Lo peor que te puede pasar no es acabar en un hoyo. Lo peor que te puede pasar no lleva ningún epitafio, ningún destino, ningún porqué. Casi nadie habla de ello, porque nombrar lo peor que te puede pasar es como admitir alguna vez que te ha pasado, y parece que no es nada agradable.

A los que se atreven a pronunciarlo, les basta con dos palabras, que por separado parecen inofensivas, pero que juntan resultan bastante devastadoras. Y es que lo peor que te puede pasar es quedarte solo.

Perdona si me temo que también es lo único.

La familia siempre está ahí, aunque con cada nuevo eslabón generacional se empuja a los demás al fondo del abismo del olvido, llevándose con ellos millones de casualidades que en su día hicieron que llegáramos a existir. Lo que daría hoy por hablar un rato con alguno de mis tatarabuelos y preguntarle cómo y si realmente se enamoró, por qué de ella y no de cualquier otra, por qué ese día, y no después.

Los amigos, otro tipo de familia, van emprendiendo uno a uno viajes de ida al maravilloso país de las parejas. Y allí se instalan. Claro que puedes ir a visitarlos, pero siempre con visado de turista. O con llamadas, emails y mensajitos , manteniendo vivo el lamentable espejismo de pensar que aún están ahí.

Y las parejas, amistades convertidas en familia, van cerrando los últimos episodios de este libro al que llamamos vida y que tiene la última página escondida entre las demás. Eres con quien estuviste. Eres de quien quisieras haber sido.

Supongo que en eso consiste la contrapartida de las cosas bellas, en que todas acaban por no durar. Ese fin de trayecto duro y desagradable llamado despedida en el que todos nos hemos tenido que bajar alguna vez. Crecer es aprender a despedirse, conocer cada vez más gente que ya no está, sonreír de tanto llorar.

Con el tiempo, las cosas van cambiando de color. Las muy claras se tiñen de "a veces". Las muy normales se pintan de excepción.

Con el tiempo, tienes varias preguntas para cada respuesta. Varios recuerdos para cada proyecto. Varios principios para cada final.

Pero nada de eso debe ser comparado con la angustiosa sensación de irse quedando solo.


Por eso, siempre que noto la soledad de alguien gritada a través de sus poros, jamás se me ocurre manifestar burla, desprecio o indiferencia.

Miro a los que sí lo hacen y siento lástima de ellos. Parece que jamás se hayan quedado solos.

Y si alguna vez lo estuvieron, está claro que no supieron aprovecharlo.

3 comentarios:

MâKtü[b] dijo...

deja de copiar de risto!!!, y si lo aces x lo mnoes ten la decencia de decir k los textos son de el...

lo k daria yo x tomar un cafe con ese hombre

MâKtü[b] dijo...

¿ke te a dado x prometer aora?

Laura dijo...

La soledad es algo inherente al ser humano. Las dos cosas más importantes de la vida las realizamos solos: nacer y morir. Te vas de este mundo como llegaste a él... sin ganas de abrir los ojos, con incertidumbre, sin demasiado uso de razón, agazapado, con una extraña sensación de paz interior y con la memoria disuelta en pensamientos difusos.

Aunque en vida también tenemos momentos de soledad. Un bien preciado e imprescindible para unos pocos; una serpiente venenosa y corrosiva para muchos.

Todos y cada uno de nosotros a lo largo de su existencia va a gozar (o penar) de momentos de soledad, desorientación, vacío... Y yo creo que esos momentos no hay que despreciarlos, sino intentar llevarlos de la mejor forma posible, porque son los que muchas veces nos dan impulsos que fomentan nuestro crecimiento interior, nuestra madurez.

Muchas veces tendemos a desesperarnos a causa de la soledad, sin saber que ésta curiosa mujer llega cuando más lo necesitamos. Mejor invitarla a un café que echarla a patadas... dicen por ahí que es muy vengativa.

[i]Vaya, te quería dejar un pequeño comentario y me he enrollado tanto que creo que incluiré esta "breve" reflexión en mi blog. Un saludo enorme. Y gracias por hacerme pensar un poquito[/i]